Encuentros imposibles

Una pareja rompió el silencio de la noche con sus risas infectadas de alcohol, desapareciendo en los suburbios de la ciudad. Atravesaron decenas de calles, inconscientes, sumidos en el contrario, en la búsqueda de una euforia inacabable que nunca conseguirían. Arrastrándose uno al otro, depositándose en esquinas inciertas, acabaron sus pasos ante la compuerta de una nave cualquiera. El tirón de la puerta rompió el silencio de nuevo.

—  ¡¿Por qué coño está el suelo inundado?! ¡¿Está 'él manitas' aquí?! — La voz grave y nerviosa de un hombre inundó la zona, desapareciendo poco a poco. En alguna parte unos dedos lentos empezaron a teclear un sms, borrando cualquier huella auditiva.

— ¿Qué más da? Antonio, no sé cómo todavía le tienes miedo… Lo de su mano fue solo un accidente…Bueno, puede que no — La risa de una mujer inundó la sala, en un sentimiento de superioridad—. ¿O es a Roco a quien temes? —Los pasos se empezaban a alejar de la entrada y se acercaban a una de los cientos de cajas que habitaban allí. — Vamos, señor policía, no sea tonto. Tu pistola vale mucho más que toda su fuerza — Una sonrisa zalamera cruzó la cara de la mujer, devolviendo la confianza al policía. El sonido de un paquete de plástico rompiéndose anuló los pasos lentos de la sombra, que buscaba un escondite. — ¿Por cuánto crees que podrás venderla? — Antonio recogió con el dedo el polvo blanco que resbalaba por la bolsa, esnifándolo a continuación por la nariz mientras que un escalofrío recorría su cuerpo.

—Por lo suficiente como para que no necesitemos volver a vender nunca más, Susana — Sus cuerpos se acercaron instintivamente, atraídos bajo el peso de sus miradas.

— Vamos, sabes que eso nunca se cumplirá. Y además, tú y yo no queremos eso — El guiño de su voz se elevó en el aire, flotando entre los labios de ambos. En otra parte de la nave un ser pequeño y silencioso se arrastraba hacia la salida, sin apartarse ni un segundo de la protección de las paredes y sombras, una pequeña culebra sin forma definida. Un cuarto personaje miraba por la ventana, inquieto, buscando a las personas que no quería ver y que sin embargo se recortaban bajo la escasa luz que se colaba dentro de aquel lugar.

— Vamos "Bragas", deja de jugar conmigo — La voz destiló una ronquera seductora que rompió los centímetros que les separaban, perdiéndose a sí mismos en una mezcla de besos, toqueteos, movimientos y respiraciones agitadas, mientras se arrastraban hacia lo más recóndito de la nave.

La culebra se levantó adoptando una figura humana, acercándose a una puerta que sabía que se abriría. Sentía alrededor de sus zapatos el líquido que el mismo había derramado y que aquella pareja no había sabido reconocer. Una sonrisa torcida atravesó su cara en cuanto notó como la puerta se abría con fuerza y la sombra de un gigante se marcaba contra el suelo. Con Roco allí ya tenía la obra completa, todos los papeles en su sitio. Los gritos despectivos de 'el Quebrantahuesos' lo inundaron todo, resonando junto con sus pasos en la búsqueda de las dos personas que le habían traicionado.

Él permaneció allí unos instantes más, nervioso y con el corazón desbocado, pero divertido a la vez. Sus pasos se dirigieron a la puerta, pero no se atrevía a abandonar tan pronto la nave. La luz que entraba por aquel espacio le dejaba entrever perfectamente la pelea que se llevaba a cabo. Sus ojos de serpiente se rasgaron todavía más cuando notó la vista de Susana clavada en él. Levantó el muñón a forma de saludo, sarcástico, mientras que sacaba de su bolsillo un mechero.

— Billy, ¿qué…?

La voz de Susana le llegó incierta, ahogada por su propia sensación de triunfo, enmarcada en una sonrisa traidora y cruel.  Dio dos pasos atrás, inclinándose sobre sí mismo como despedida. Notaba seis ojos asustados y clavados en él, conscientes de la realidad que se acercaba, mientras levantaba la cabeza para devolverles la mirada a cada uno con un odio infrahumano.

La llama emergió como un latido desbocado. El tiempo frenó su paso durante los instantes en los que el encendedor caía. La cara de 'el Manitas' se congestionó en un gesto cruel, cargado de locura, que le invadió durante segundos. Instantes después, desaparecía entre las calles, convirtiéndose de nuevo en una sombra, mientras que la nave se convertía en un incendio sin control.

El sonido de las sirenas rompió el silencio de aquel submundo por tercera y última vez.